Canyoneering en Alegría (Malboal)

7:07 Pat Casalà 0 Comments

¡Buenos días! Esta mañana por fin me he duchado con agua caliente. ¡Estoy que no me lo creo! A pesar de una larga noche en vela estoy feliz porque las cosas empiezan a asentarse. Son muchos los mensajes que recibo cada día interesándoos por las fechas de salida de los siguientes volúmenes de la Serie Sin ti, pero de verdad, todavía no sé cuándo se publicarán… Espero traer noticias pronto… ¡Gracias por vuestro interés! Me hace muchísima ilusión contar con vuestro apoyo.


No me apetece escribir datos prácticos de Malapascua y como al final este es mi blog, pues voy a seguir con la aventura filipina explicando cada instante mágico, recordando la textura de las playas, su sonido plácido, lleno de notas de la canción del verano, Despacito, de los cantos de los gallos, de la calma del trópico… Su color tan vivo, los sunsets que tiñen de roja anaranjado las nubes y el cielo, sus gentes…


Nos quedamos en la primera noche en Malboal. Fuimos al Savedra Dive Center a conocer a Óscar Picó, mi futuro instructor de buceo, que nos recomendó un maravilloso restaurante para cenar, el Lantaw. Mmmmmm, se me hace la boca agua al recordar lo buenísimos que estaban los platos. Creo que fue el mejor de todo el viaje. Os lo recomiendo muchísimo si vais a Malboal.
La rapidez no es algo común en Filipinas. Cuando te sientas en un restaurante y encargas la comida has de esperar como mínimo cuarenta minutos hasta que te sirven. Así que saqué mi Kindle del bolso y le di un avance larguísimo al libro que leía, preparándome mentalmente para un día de canyoneering en Alegría.


Nos despertamos pronto. Yo más que los demás y como siempre me pasé un par de horas tecleando en el bar del hotel. Y nos subimos al vehículo que nos trajo Tours Sideckicks, la agencia con la que contratamos el barranquismo. Estaba como un flan, me daba muchísimo miedo…
Y llegamos a la base, nos cambiamos los zapatos por unos que ellos nos proporcionaron, nos montamos de dos en dos en unas motos y subimos por una carretera que se enfilaba por la selva proporcionándonos unas vistas impresionantes.


Una vez arriba, ya vestidos con un chaleco salvavidas y un casco, empezamos la aventura. El primer salto era de siete metros y yo parecía a punto de explotar de ansiedad. En serio, tirarme no me parecía una opción. Me quedé la última y empecé a sentir vértigo en la boca del estómago. Le pregunté al guía si podía pasar de tirarme, pero no tenía otra opción. Así que me armé de valor, le di la mano, me acerqué al filo del acantilado y cerré los ojos a la hora de saltar. ¡Joder! Se me agarrotó el estómago y chillé como una posesa.


El cañón era una pasada, estaba lleno de gargantas y rodeado de naturaleza. Brillaba con esplendor. Pasamos por mil situaciones diferentes, a cuál más complicada para mí. He de reconocer que tuvo su punto, aunque creo que yo prefiero vivir ese tipo de aventuras desde mi sillón, dándoles vida en una página de Word…

¡Feliz día! J

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